Hoy soñé con una antigua amiga y
el joven que fuera su novio. Como es común, poco recuerdo del sueño y mucho
menos puedo contar gran cosa de él. Sin embargo, y como también es común,
cuando en ese sueño hay una idea fija, repetitiva, asombrosa o fuerte, esa
idea, en general, sí es recordada una vez que ha terminado este.
Soñé con Lola, con lo cual los
recuerdos de mi bachillerato surgen entre los oscuros y casi olvidados
almacenes de la mente. Recuerdo una época feliz, llena de amistad, de buenos
recuerdos y ratos que había olvidado. También recuerdo que era una persona
diferente: aún era humilde, inseguro de quien era, no sabía ni hacia donde iba
ni qué deseaba hacer. Recuerdo que esta falta de identidad se contraponía con
una época de descubrir la libertad, de que un solo mensaje a mi mamá bastaba
para justificar una tarde de locuras, de viajes, de conocer callecitas
escondidas de la ciudad y la casa de mis amigas. Porque en aquel tiempo solo me
llevaba con mujeres: con ella me sentía comprendido y seguro. Sentía la
facilidad de hablar y no ser juzgado, el
poder mostrar mis sentimientos y estar convencido de que era comprendido. Y así
lo era. Es curioso que la vida me ha dado amigos, varones, con los que puedo
hablar de esas cosas incomodas, pero eso queda para otra ocasión. Muchos
lugares, frases, acciones, rutas u objetos me recuerdan a ellas y a esos buenos
tiempos.
Tras una frenética búsqueda en
Facebook, intentando actualizarme en la vida de mis antiguas amigas, viendo
esas fotos en las que estamos abrazados, riendo y pasándola bien, viene a mi
mente la reflexión de Yann Martel, en su libro Life of Pi, donde afirma que la dinámica de la vida implica dejar ir, y lo que duele de ello es
cuando no puedes decir adiós. Afrontando la realidad de que, en estos momentos,
las cosas jamás serán como antes, me pongo a reflexionar si les pude decir
adiós. Y la verdad es que no. Como el ser humano horrible que era e intento no
ser, cambie su amistad por la de otras
personas, y si bien me arrepiento de ese hecho, me alegro haber conocido a sus reemplazos.
Y a estos nuevos amigos, a los
cuales me aferro a no perder, sé que existe la posibilidad de que algún día
tenga que decirles adiós; pero ¿sabré que el momento ha llegado? ¿Será frio el
adiós, como el que le di a mis amigas del bachillerato? ¿O será caluroso,
solemne, efusivo y lleno de lágrimas? ¿Estaré preparado? Mil preguntas más
pueden llegar a mi mente, pero me quedo con una simple conclusión: no lo sé.
Pienso que vivir aferrado a este
tipo de ideas, de naturaleza catastrófica y sobre las cuales tengo poco o nulo
control, no te deja disfrutar la vida en sí misma. Aceptar esto y el hecho de
que daré y me darán muchos “adiós”
inesperados, bipolares como es el adiós mismo, me da tranquilidad y fe en que
sabré cuando ha pasado uno y, duela o no, sabía que era cuestión de tiempo.
Por lo pronto, antiguas amigas y demás personas
de las que me he despedido, les reitero mi adiós. Si hemos de encontrarnos en
un futuro, no sera borrar el adiós ya dado, sino un nuevo hola, ya que seremos diferentes personas, y tal vez simpaticemos o
no. Mientras tanto, y ocurra el reencuentro o no, el recordar a estos despedidos me hace recordar y
reflexionar en el yo que era antes, del que ya me he despedido
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